Camoapa despide a uno de sus personajes más queridos. La noticia del fallecimiento de Esmelín Díaz Borquet, cariñosamente llamado El Chele Díaz, ha conmovido a la comunidad

Alto, delgado, de un metro setenta y cinco, piel blanca y ojos claros que revelaban su origen palestino, El Chele Díaz caminaba las calles con la estampa de un vaquero salido del viejo Oeste. Su porte elegante lo distinguía en cualquier lugar, reforzado por su inseparable sombrero, su vaqueta y un caballo bien aperado que era tanto su transporte como su compañero. Su figura, inseparable de la vida cotidiana del pueblo, quedará grabada en la memoria colectiva como la de un hombre sencillo, elegante y profundamente humano.

Montado siempre con gallardía, cargaba su alforja donde guardaba los productos que vendía en el pueblo o las compras que llevaba de regreso a casa. Su andar a caballo era casi un ritual, un cuadro vivo que recordaba a las tradiciones más profundas de la vida rural. Quienes lo veían pasar sabían que se trataba de alguien especial, de un personaje que era parte de la identidad de Camoapa.

Más allá de su apariencia, El Chele Díaz proyectaba esa mezcla de sabiduría campesina y filosofía práctica que solo se aprende en la vida del campo. Sus palabras eran breves, pero llenas de sentido. Su educación y cortesía eran ejemplo de respeto y humildad, virtudes que lo acercaban a todas las personas.

El Chele Díaz: Un hombre que siempre estuvo presente en el dolor ajeno

La vida de Esmelín estuvo marcada por un gesto que lo distinguió en la comunidad: su inquebrantable costumbre de acompañar en los funerales. Radio Camoapa lo destacó como “el hombre que nunca faltaba en un sepelio”, siempre dispuesto a consolar a quienes sufrían la pérdida de un ser querido.

Su presencia se volvió símbolo de solidaridad. Era común verlo llegar a pie o a caballo, con semblante sereno, compartiendo el silencio y el dolor de las familias. En un pueblo donde las despedidas son rituales cargados de fe y fraternidad, El Chele Díaz se convirtió en un testigo permanente de esos momentos. Su sola compañía aliviaba a las y los dolientes, pues sabían que alguien como él estaba ahí para dar ánimo y apoyo.

Con los años, su figura en los entierros dejó de ser vista como casualidad para transformarse en parte de la tradición local. El Chele no solo asistía, sino que también ayudaba, colaboraba y extendía la mano en lo que hiciera falta. Su solidaridad era genuina, sin esperar nada a cambio.

El hombre detrás del sombrero

Esmelín Díaz no solo era recordado por su porte y su bondad. También fue comerciante a su manera, llevando y trayendo productos en su alforja, intercambiando con una sonrisa. Era un trabajador constante, que mantenía la dignidad en cada labor. A pesar de no buscar protagonismos, su vida se narraba sola, porque todo en él parecía sacado de un cuento o de una película de antaño.

El Chele era un hombre de costumbres simples, pero firmes. Su estilo de vida lo hacía destacar en un mundo que cambia con rapidez, porque él representaba lo que permanece: la palabra dada, la cercanía humana y la generosidad desinteresada. Muchas personas camoapeñas lo recuerdan como un amigo que sabía escuchar y aconsejar sin imponer.

Su raíz palestina, sumada a su alma camoapeña, le dio una identidad única. Era hijo de dos mundos, pero sin duda pertenecía por entero a la tierra donde vivió y que lo acogió con afecto. En las calles, en las ferias, en los caminos polvorientos, El Chele Díaz dejó su huella.

Devoción y tradiciones

Fiel a su fe franciscana, Esmelín fue también parte activa de las festividades patronales de San Francisco de Asís. Durante años acompañó, montado en su caballo, los tradicionales topes del 3 de octubre, que reunían a devotos, jinetes y familias en torno a la fiesta mayor de Camoapa. Su figura encabezando los recorridos era un orgullo para quienes lo observaban.

No menos importante fue su presencia en las procesiones del novenario de San Francisco. Participaba con fervor en la acostumbrada bajada del santo cada 23 de septiembre y en las caminatas de fe que recorrían las calles del pueblo. Su devoción era tan visible como su sombrero y su caballo, elementos que lo identificaban en cada festividad.

En Esmelín convivían la tradición, la religiosidad popular y el sentido comunitario. Su vida estaba ligada a esas expresiones colectivas que le daban sentido a la cultura camoapeña, y que hoy lo recuerdan como un devoto ejemplar.

Reconocimientos en vida al Chele Díaz

La comunidad no fue indiferente a la singularidad de El Chele Díaz. En 2018, Radio Camoapa le rindió homenaje al dedicarle la Carrera de Caballos Cholencos durante el aniversario de la emisora. El gesto fue un reconocimiento público a alguien que encarnaba la esencia del jinete camoapeño y el amor por las tradiciones ecuestres.

El homenaje lo emocionó profundamente, pues era la primera vez que su nombre quedaba ligado a un evento tan simbólico para la cultura local. Para él, aquello fue más que un honor: fue la confirmación de que su vida sencilla también inspiraba respeto y cariño.

Ese vínculo entre el Chele y el pueblo se consolidó a finales de 2024, cuando se le dedicó la canción El Corrido de Esmelín. El tema recogía la esencia de su vida y destacaba, entre otras virtudes, el valor de la amistad. Era un retrato musical de su forma de ser, de su generosidad y del cariño con el que se relacionaba con quienes lo rodeaban.

La melodía se convirtió en un símbolo de afecto colectivo, una manera de agradecerle en vida todo lo que representaba para Camoapa. Aunque pocos imaginaron entonces que su salud se deterioraría poco después, la canción quedó como un legado sonoro que hoy cobra un sentido aún más profundo.

El último adiós

En los últimos meses de su vida, la salud de Esmelín Díaz se vio quebrantada, lo que obligó a intervenciones médicas de emergencia, como reportó Radio Camoapa en abril de este año. La comunidad siguió de cerca su estado, porque todas las personas lo sentían parte de sus familias. La noticia de su muerte fue recibida con tristeza, este sábado 13 de septiembre de 2025, a las once y cuarenta minutos de la noche, por el cariño que la gente le tenía. En redes sociales, las reacciones por su fallecimiento son numerosas y las personas dejan en sus comentarios constancia del cariño que le tenían.

Su partida ha dejado un vacío difícil de llenar. Sin embargo, su recuerdo permanecerá en cada persona que alguna vez lo vio montar su caballo, en cada funeral donde estuvo presente, en cada gesto solidario que ofreció sin pedir nada a cambio.

El pueblo de Camoapa, acostumbrado a su presencia, lo recordará con cariño y respeto. El Chele Díaz ya no recorrerá las calles ni los caminos polvorientos y pedregosos, pero seguirá cabalgando en la memoria colectiva como un símbolo de la nobleza, la fe y el espíritu comunitario.

Esmelin falleció acompañado por su familia y por las oraciones de quienes le vieron con aprecio y cariño. La vela se está realizando en la casa de su sobrino José Miguel Díaz, en la Comarca San Isidro, y en las próximas horas la familia brindará los detalles de sus honras fúnebres.